La isla desnuda: un mapa sonoro de Japón

Tras vivir en Japón, Lola Nieto nos embarca en un viaje reposado y profundo alrededor de la literatura, la mitología, el lenguaje y la historia de un país que sigue causando fascinación.


Luna Miguel: «Una escritura alucinada y extremadamente tierna. Lola Nieto no se parece a nada ni a nadie salvo a ella misma: qué voz loca, lírica, primaveral, niponísima, ¡e inteligente hasta el desmayo».

Patricia Almarcegui, autora de Cuadernos perdidos de Japón: «Lola Nieto conoce bien Japón y lo lleva en este libro al lugar del acontecimiento poético. Asistimos a la geografía emocional del país y a la aplicación por fin de otros sentidos. La autora no solo mira, sino que escucha. Los sentidos se activan y surge otro regalo; la reflexión poética del lenguaje gracias a Japón».

Raúl Quinto: «Es un viaje a tientas, donde se avanza con las yemas de los dedos del corazón, hacia el interior de las palabras, hacia el interior de la propia conciencia del dolor y la estupefacción hacia el mundo. Aquí se aprende mucho, es un festival de historias, mitos, datos, anécdotas, pero también se aprende a no aprender, a no querer atrapar el mundo porque el mundo es justo lo que no se puede atrapar. Aquí hay poesía y horror, este es un libro sobre la ternura y el aprendizaje del duelo. Este es un libro sobre los espejos extraños y sobre un monstruo llamado Japón. Hay que leer La isla desnuda porque rara vez alguien nos propone un viaje al límite de tantas cosas como Lola Nieto».

Juan F. Rivero: «Un ensayo (y poema, al menos a mi modo de ver) tan delicado como firme, valiente, poderoso, crudo. Bellísimo en completitud. Id a leerlo cuanto antes. Tanto si os interesa el tema japonés como si no.»


Lola Nieto tiene una relación única con Japón, cada vez más cercana y obsesiva, siempre alimentada con nuevas curiosidades. Desde la primera vez que visitó el país ya no pudo evitar volver, una y otra vez, hasta que decidió alquilar una casa en Kioto y ponerse a estudiar japonés. Vivió allí unos siete meses y después siguió volviendo, hasta hoy que continúa regresando siempre que puede para visitar rincones inexplorados de la isla y para volver a aquellos sitios en lo que fue feliz o en los que sintió pánico. Para recuperar esos espacios y momentos de fascinación marcados tanto por el encanto como por el desencanto.

Este libro empezó a gestarse tras las paredes correderas de papel y sobre los suelos de tatami, desde el cual Lola Nieto habitaba un espacio situado entre dos reinos sonoros. Se movía entre el español y el japonés al igual que las itako —las chamanas ciegas que viven en el antiguo volcán de Osorezan— van y vienen del más allá para hacer hablar a los muertos.

La isla desnuda nos embarca en una travesía de ida y vuelta: nos adentra en los kanjis; los santuarios del shintō y sus rituales; los dáimones, las chamanas y los kami; las atrocidades que recorren la historia de Japón, así como su teatro, su cine y su literatura. Y nos devuelve a una lengua materna, contaminada y extrañada, en la que de los sonidos de las palabras brotan racimos de significados impensables. En estas páginas, la escritora contorsiona el lenguaje y deshace su historia hasta invocar el origen de cada término. El resultado es un encantamiento en el que resuena el dolor por la enfermedad del padre, la ternura y el silencio.

El ensayo oscila todo el tiempo entre la fascinación y el desencanto por las maravillas y contradicciones de un país complejo, lleno de matices y de claroscuros. La viajera evita la tentación de idealizar Japón sin que esto signifique refugiarse en el distanciamiento. Al contrario, la mirada poética de Lola Nieto busca hacerse carne con el nuevo entorno, fundirse en la nueva cultura y en la imposibilidad de hablar su lenguaje, la poesía como ensayo eterno de interpretación para mostrar desde lo más bello hasta lo más sórdido.  

El marco común es la eterna incertidumbre de la viajera, principal alimento para la empatía, la fascinación, la escritura. Escribe la autora: «La primera vez que vi el color verde de un arrozal mis ojos derramaron lágrimas muy grandes, calientes y calladas; lloré ante ese color que no conocía; lloré sin saber por qué lloraba, como si me reencontrara con algo, como si temiera algo, como si los cauces para entender estuvieran arrasados». La duda la asalta todo el tiempo, aparece ante la contemplación de la belleza de un arrozal o ante la truculenta historia de sangre y de violencia que marca a Japón. Y cada vez que se adentra más en el aprendizaje del idioma: «La lengua japonesa no tiene futuro. Quiero decir, no existe una marca gramatical para expresar este tiempo en los verbos. Las acciones solo suceden en pasado y en presente. Para formular un propósito se usan otras partículas encargadas de indicar tiempo no acaecido. Pero estrictamente la acción es pretérita o actual. Me pregunto de qué modo se construye imaginario en una lengua que solo habla de lo que fue y lo que es. Historia y presente. Mito e instante. Cómo el deseo se proyecta si el marco de pensamiento invalida la proyección».

Con este libro, su primer ensayo tras varios poemarios, Lola Nieto se propone escribir un diario sonoro de Japón a partir de una inmersión auditiva en un nuevo país y, también, desde de su propia historia personal de sonidos. Y lo hace a partir de la búsqueda de las etimologías de las palabras, las japonesas y las latinas, ambas raíces sonoras fundidas en un texto anfibio, mestizo y polisémico desde el cual la autora va ensayando sus propias definiciones y conclusiones sobre la escritura poética, la lectura y los símbolos, donde desfilan autores como Roland Barthes, Chantal Maillard,  Yasunari Kawabata o Ichiyō Higuchi, las películas de Takeshi Kitano y el manga de Daisuke Igarashi.

«La dilación es la espina del miedo. Lo lento asusta. Aquello moroso y pausado inquieta hasta extraernos una mueca de atávico pavor, nos gobierna la garganta hasta que emite un grito que quema los pulmones. Lo que no se mueve a nuestra velocidad no es comprensible. La mente no solo percibe el mundo, sino que lo percibe a un ritmo. Y si lo que percibe y su ritmo no se acomodan al diapasón del aparato perceptor, algo rechina, estalla, desafina, aterra» escribe la autora, absorbida por el tiempo japonés. Su palabra cae en la página como una piedra en un río. La reflexión, el diario y el poema se congregan aquí como las ondas concéntricas que se dibujan sobre la superficie del agua. La precisión, la plasticidad y la imaginación auditiva que Lola Nieto combina en esta obra delicadamente monstruosa la sitúan como una de las ensayistas más sugerentes de nuestra lengua.


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